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TOMO CLXXI

ANTOLOGÍA

DE

POETAS LÍRICOS CASTELLANOS

DESDE LA FORMACIÓN DEL IDIOMA HASTA NUESTROS DÍAS

ORDENADA POR

D. MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO

de la Real Academia Española,

TOMO IV

MADRID

LIBRERÍA DE LA VIUDA DE HERNANDO Y'C.

calle del Arenal, núm. 11

1893

ES PROPIEDAD

981 69

Imprenta de la Viuda de Hernando y C.a, Ferraz, 13.

PRÓLOGO

I.

Interesante espectáculo ofrecen á la consideración del historiador de nuestra literatura los últimos años del siglo XIV y primeros del xv. En ellos fenece el antiguo mester de clerecía, levantando, antes de morir, uno de sus más curiosos, aunque menos poéticos monumentos: cobran insólito prestigio entre las clases aristocráticas las ficciones de la poesía francesa, no ya sólo las épicas del ciclo carolingio, tan enlazadas con nuestra propia tradición, sino las degeneraciones novelescas del mismo grupo, y aun las livianas y fantásticas narraciones del ciclo bretón, germen de los libros indígenas de caballerías, cuyo enorme catálogo se abre entonces con la primitiva redacción, probablemente portuguesa, del Amadis de Gaula, el más antiguo y el mejor de todos, el que en rigor ahorra de la lectura de los restantes: cúmplese la evolución de la lírica gallega, que abandona rápidamente su lengua y se convierte en escuela de los trovadores castellanos, recibiendo de paso elementos nuevos y perdiendo algunos de los más profundamente líricos y tradicionales; y, como para indemnizar á nuestra literatura de estas pérdidas, al mismo tiempo que se va

apagando el eco de las trovas occitánicas, transportadas á Compostela por los romeros de ultra-puertos, comienza á inflamarse el horizonte con los primeros destellos de una nueva aurora poética que anuncia, aunque tibiamente, la cercanía del sol de Italia. Dante hace su entrada triunfal por el río de Sevilla en compañía de su fidelísimo Micer Francisco Imperial; estampa la huella de su genio alegórico en muchas páginas del Cancionero de Baena y de las obras del Marqués de Santillana, é inflama en Córdoba el estro ardiente de un poeta de la familia de Lucano. Poco después las obras de Petrarca y Boccaccio, mirados entonces más bien como eruditos, como humanistas y moralistas que como poetas, empiezan á correr de mano en mano entre principes, obispos, maestros y próceres, ya en copias del texto original, hermosas muestras de la caligrafia é iluminación del primer Renacimiento, ya en traducciones que comienzan á hacerse, dando ejemplo el canciller Ayala y el ilustre converso, obispo de Burgos, D. Alonso de Cartagena. La noción de la antigüedad latina va levantándose cada día más precisa y luminosa en todos los espíritus cultivados. De sus intérpretes y reveladores italianos se pasa muy pronto á las fuentes mismas, y como por ensalmo rompen á balbucir en castellano, no ya sólo los filósofos moralistas como Cicerón y Séneca, y los historiadores como Tito Livio y Salustio, sino algunos poetas como Virgilio y Ovidio, aunque no Horacio, cuya dominación en todas partes fué más tardía y enteramente moderna. Aun de la misma Grecia llegan indirectamente algunos raros y dispersos reflejos: de la historia con Plutarco; de la filosofía con las divinas páginas del Phedon platónico; de la poesía con un epitome de la Iliada, en que el mismo autor del Labyrintho pone la mano. Son todos estos ensayos de adaptación prematuros sin duda, toscos y deformes; la lengua padece violentas contorsiones para acomodarse á la expresión de tantos conceptos nuevos y á los complicados y sinuosos gi

ros de una sintaxis tan sabia y artificiosa como la latina; á la prosa de Alfonso el Sabio y de su sobrino, tan limpia, grave y jugosa, aunque lenta en su andar y erizada de copulativas, sucede una especie de retórica bárbara llena de inversiones pedantescas y de neologismos estrafalarios. Pero no importa; el grande impulso está dado, de esa confusión saldrá la luz; hay ya el instinto del ritmo prosaico, y en esa aspiración por de pronto fallida á buscar reflexivamente el número y la cadencia de las lenguas clásicas, está el germen de la grande y rotunda prosa del siglo xvi, con que Fray Luis de Granada emuló las magnificencias del periodo ciceroniano. Por de pronto, los escritores del siglo xv hacían lo que podían, allanaban el camino, ensanchaban á su manera los límites del lenguaje poético y prosaico con audacia no siempre desafortunada, á lo menos en la parte de vocabulario; y, sobre todo, hacían obra de educación humana, trayendo á la vida nacional, aunque fuese de un modo rudo é indigesto, los principios y fundamentos de la sabiduría clásica, eterna nodriza de los espíritus robustos y sanos.

Igual evolución se cumplía en Cataluña y Valencia, y allí con más intensidad y más rápidamente, por ser mayor la vecindad y más estrecha la comunicación con Italia, desde que las barras aragonesas dominaban en Palermo, y mucho más después que entraron triunfantes en Nápoles. Olvidados ó no leídos los antiguos trovadores, lo único que restaba de la tradición. provenzal, y no de la primitiva y clásica, sino de la pedantesca y degenerada, era el código disciplinario de las justas de Tolosa, Las Leys d' Amor, cuyos preceptos técnicos seguían observándose (aunque cada día con menos rigor) en la parte retórica y externa de la poesía, con influjo más bien gramatical que literario. Pero la poesía de certámenes, aunque floreciese con lamentable profusión en centenares de composiciones insípidas y adocenadas, y degenerase al fin en ejercicio

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